Esa sensación, de que nada ni nadie puede pararte, notas cómo los pelos de los brazos se erizan, tus pies ya no tocan el suelo sino que parecen flotar rozando suavemente el pavimento, incluso la suerte parece que te sonríe y te abraza con sus cálidos brazos, te sientes lleno de seguridad y sabes perfectamente lo que debes hacer y cómo conseguirlo.
Al mismo tiempo, tu defensor te observa receloso, no sabe muy bien que piensas pero tú eres consciente de que él ha dejado de ser un problema, ya no es un desafío, ahora el único rival eres tú mismo, dejas de verte como la presa para vestirte con las pieles del cazador
El tiempo parece detenerse y todo ocurre muy despacio, lo que al principio parecía un quimera imposible de hacer ahora se convierte en la acción más sencilla de todas, te sientes libre, más rápido, más fuerte, más inteligente, más preciso, más atento y sobretodo, más feliz.
Algunas veces, cuando juegas a un deporte, entras en un estado similar a un trance, en el que te sientes como he descrito arriba, da igual lo que haya ocurrido antes, lo duro que haya sido el partido, los errores que hayas cometido. Todo eso se termina, tras la tormenta, llega la euforia.
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